Mientras vivamos bajo la órbita del estado moderno, la presión de semejante maquinaria de poder sobre las libertades individuales siempre estará presente, con mayor o menor intensidad, según las épocas. Sobre ese mecanismo de represión, opresión y dominio, han trabajado la literatura, primero (y muy enseguida el cine), desde aquel inaugural Nosotros, que el ruso Zamiatin publicó en 1920, hasta llegar a estos Juegos del hambre de la estadounidense Collins, que saltó al cine con buenas respuestas y este jueves arriba con su segunda entrega.
Planteado por los críticos como “distopía”, este estilo literario aborda, desde el mencionado Zamiatin la visión de un mundo fatídicamente opuesto a las entusiastas utopías, que en algún momento inspiraron a las ideologías. Y, aunque apelando a los lectores adolescentes, en este casillero cae la obra de Collins, que el cine ha sabido recrear con fidelidad y alto impacto comercial.
Joven estrella. Jennifer Lawrence nació en 1990 y ya tiene un Oscar ganado (por El lado luminoso de la vida) y uno perdido, con una breve carrera en el cine, que tuvo su primer punto de relieve en Winter’s Bone de 2010, rol por el que obtuvo su primera nominación a los premios de la Academia. Pero su fama mundial estalló en Los juegos del hambre, que tras su estreno hizo pensar a los productores en seguir la trilogía.
El poder del poder. Como se recordará, la acción está ambientada en Panem, ex Estados Unidos, donde cada uno de los estados miembro debe elegir a un joven que los represente en un certamen, cuyo premio es salir con vida. Katniss (Lawrence) fue una de las ganadoras de la 74ª edición y espera regresar a su vida tranquila y rural, junto con los suyos. Pero el Poder tiene otros planes para la joven y para el otro ganador, Peeta (Josh Hutcherson).
Desde el Capitolio, advierten que los chicos han cautivado a los pobladores y que su carisma puede resultar peligroso, sobre todo porque siempre hay agitadores ocultos que buscan íconos para iniciar la utopía revolucionaria.
El primero en advertir el riesgo es el Presidente Snow (Donald Sutherland), que baja una línea clara: la chica debe morir. Pero para llegar a ese final, primero habrá todo un plan para destruir su imagen, al punto de lograr que su ejecución no sólo sea aprobada por la gente, sino que sea ésta la que decida la sentencia de muerte. De este modo, el Estado pone a funcionar una de sus más aceitadas maquinarias: la de la propaganda directa y la de la manipulación de las masas.
Así comienza la odisea para Katniss y Peeta, que se verán enredados en una trama conspirativa, en la que nadie va a creerles si cuentan lo que están padeciendo. Por suerte para los muchachos, el bueno de Haymitch Abernathy (Woody Harrelson) les va a tirar algunas pistas, como para que puedan zafar.
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